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Cártel del Olvido

  • Foto del escritor: margenpsicoanaliti
    margenpsicoanaliti
  • 9 sept 2024
  • 8 Min. de lectura

Septiembre de 2024.

Integrantes: Liliana Colautti y Andrea Fernández Pumilla

Haciendo click en este link puede acceder a la carpeta de Google Drive del Cartel del Olvido: https://drive.google.com/drive/u/3/folders/1WH4CgRCLHIRKuWDSW9EGH5CjUTDENwbv

Agradecemos a la Más Uno, Laura Palacios, por acompañar a los miembros de Margen Psicoanalítico en este año de intenso trabajo.


Título:  

Las Formas del Olvido 

Autoras:  

Lic. Liliana Colautti 

Lic. Andrea Fernández Pumilla 

Institución

Margen Psicoanalítico 

Eje temático:  

El olvido desde diferentes abordajes: sociológico, psicoanalítico,  antropológico. 

Palabras clave:  

Olvido- Perdón- La voz de nuestros muertos 

  

 

 “Sólo una cosa no hay. Es el olvido.  Dios, que salva el metal, salva la escoria  y cifra en su profética memoria 

las lunas que serán y las que han sido (...)”  Everness.  Jorge Luis Borges. 


 Investigar sobre el olvido nos generó una gran incertidumbre, al punto de  pensar en “olvidarnos” del proyecto, como si eso resultara tan fácil... Sin  embargo, algo nos empujó sin miramientos a querer saber con otros, a intentar  conversar a través de lo escritural con los que ya, en estos y otros tiempos han  considerado la importancia del olvido. Fue eso: la interrogación. Esas preguntas  cuyas respuestas seguramente no queden cerradas, sino por el contrario se  abrirán a nuevas inquietudes: ¿Es posible el olvido? ¿Es posible olvidar lo que  molesta, lo que enfurece, lo que provoca insomnio? ¿Es el olvido la ausencia?  ¿La ausencia de esa cosa que retorna en los sueños, en el diván, en la vida  cotidiana? ¿Existe el olvido selectivo? Y aquél otro, lo que olvidamos para no  olvidar valiéndonos de la represión.  

 “Yo quería olvidar otra cosa, nos cuenta Freud, pero esto otro se puso en  conexión asociativa, y yo olvidé lo uno contra mi voluntad cuando quería olvidar  lo otro adrede” 

 ¿Qué nos quiso decir realmente? ¿Cuántos tipos de olvidos hay? ¿Es  imposible la ausencia en la memoria?, o ¿esa presencia existe a modo de  ausencia y por lo tanto es? Pero entonces, ¿qué es? ¿Una función? ¿Una  formación inconsciente? ¿Una defensa? ¿Por qué nos olvidamos de la voz de  nuestros muertos? ¿Será posible el olvido? ¿Qué quiso decir Borges en el  poema que acompaña el inicio de este texto? “Sólo una cosa no hay y es el  olvido...” El escritor del tiempo, de los márgenes, del olvido y la memoria, plantea  desde otra disciplina, un conflicto.  

 La actualidad, con sus urgencias y desapegos, lo social y sus síntomas, la ética  y la política del psicoanálisis en relación a los lazos y sus enlaces con el olvido,  estarán presentes en el texto debido a las diferentes circunstancias que transita 

nuestra sociedad actual. Además, contextualizaremos con ciertas articulaciones  clínicas. Es ahí, en nuestro lugar de trabajo donde el olvido, en sus distintas  formas, muchas veces nos pone en jaque a analistas y analizantes. El olvido,  ese, que a veces nos alivia y otras nos atormenta. 

 El olvido es un significante que tiene la particularidad de hacer sentido en  diferentes líneas, algunas relacionadas con efectos más positivos y otras, por el  contrario parecerían estar dotadas de mala prensa. Si se asocia a la memoria  como suele hacerse a modo de su opuesto, la connotación es negativa ya que  denotaría una falta, disminución o dificultad de esa función. Si en cambio, se lo  pone en consonancia con el recuerdo la dialéctica entre ambos términos es  diferente; cuando se comporta fallando y por lo tanto las representaciones que  se desean olvidar, no se olvidan permaneciendo en el recuerdo, o cuando  triunfan quedándose en algún circuito asociativo del que ya iremos dando cuenta  y que, tal vez, no siempre es la represión.  

 La palabra olvido era usada ya en la antigua Grecia. Cuando acontecía la  muerte y el alma se desprendía del cuerpo, la creencia era que caía en el olvido  o bien en el no recuerdo, asociando por lo tanto a la memoria con la inmortalidad  del alma. En lo que al olvido respecta no habría que perder de vista el contexto  social en el que acontece, como así tampoco en el marco de qué disciplina se lo  nombra. En ese sentido y en el caso particular del olvido, podríamos  preguntarnos cómo es enunciado el término en el acto de la enunciación, acto a  través del cual el hablante se coloca en esa posición de hablante.  

 Por otro lado, ¿qué pasa cuando el discurso cambia de lo dicho a lo escrito?  Pasa el texto. Escribir sobre el olvido, ¿será una forma de evitarlo? ¿Se puede  olvidar el olvido? Esta interrogación presenta un tinte terrorífico que la palabra  escrita, lo textual, parecería atemperar. Porque si algo hay de claro en esto es  que es necesario el olvido, pero también, lo es el recuerdo en la trama de nuestra  historia. 

 Desde que aprendimos sobre el determinismo inconsciente en aquellos  primeros textos, el olvido es causa de interrogantes e investigaciones. Que todo  esté determinado por el inconsciente impediría pensar que ciertos tipos de olvido  podrían quedar circulando en una red psíquica por fuera de esa instancia. El  caso del olvido que asociado al tiempo, nos hace ir perdiendo la resonancia de  algunas voces como las de nuestra antecedencia, constituirían uno de los tantos 

y primeros ejemplos que surgen. Se las busca en la memoria, intentamos  recordarlas y muchas veces encontramos ausencia. Otras, apenas el  reconocimiento de un esbozo, de un hilo que nos acerca al recuerdo. Podríamos  decir, similar a la ausencia del cuerpo que dejan nuestros muertos. Sin embargo,  esa ausencia está por lo general poblada de recuerdos pero la voz parecería ir  perdiendo bajo los efectos del tiempo, la resonancia y el timbre. Es frecuente  escuchar de los pacientes que se encuentran en momentos de duelo, la angustia  por el temor a olvidar la voz de la persona perdida.  

 También analizaremos las marcas que deja lo traumático a modo de huella tanto en lo subjetivo como en lo social. En relación a esto último aparecen las  que quedan grabadas a modo de grafitis, en las paredes y otros espacios de las  ciudades, sobre la memoria, el olvido y los recuerdos; marcas que no sólo  atestiguan esa existencia sino que la defienden contra la inexistencia, cuestión  que podría trasladarse a lo traumático subjetivo.  

 En el mismo sentido, ese determinismo que aparece desde los primeros textos  freudianos nos demuestra que ya se encontraba presente el lenguaje como  constitutivo del inconsciente ceñidos a los posteriores postulados lacanianos de  que el inconsciente está estructurado como tal. Es el caso de formaciones como  los chistes o los lapsus, representaciones que sin el lenguaje serían imposibles.  Cabe aquí entonces, la interrogación acerca de cómo sería el circuito asociativo  que recorrerían aquellas formaciones del olvido que no necesariamente son  reprimidas pero sí alejadas ¿a voluntad? o forzadas a no ser olvidadas por el  deseo de mantenerlas en un eterno recuerdo, o bien, imposibilitadas de llegar a  ser olvido a pesar del deseo de que eso ocurra por el afecto desagradable o traumático a las que están asociadas.  

 Si el mecanismo de la represión indispensable para la constitución subjetiva  justamente nos protege y nos constituye y sólo accedemos a algunos recuerdos  a través del trabajo analítico, en qué categoría podrían incluirse entonces,  aquellas otras formas del olvido. ¿Todo lo que es olvidado es reprimido? Y por  otro lado, ¿lo que no se olvida es porque no sucumbe al mecanismo de la  represión? Entonces, ¿bajo qué influjos asociativos o a través de qué  mecanismos se producen y cómo? La represión es la imposibilidad de olvidar,  es decir un circuito que recorren las representaciones para no ser olvidadas.  Olvidar para no olvidar, porque la represión siempre es fallida. Pero otra vez, lo 

no reprimido, aquello que no se quiere o no se puede olvidar, en algunos casos o siempre, por su bagaje traumático, ¿queda siempre suspendido en la  memoria? En tal caso, tendremos que indagar sobre ese otro lugar al que irían  a parar esos recuerdos mientras tanto nos aventuramos a suponer que ese lugar  es ni más ni menos que el olvido. Pero no tal como lo conocemos desde el  psicoanálisis como represión, ni desde la biología como amnesia, sino como una  instancia en la que se siguen produciendo efectos aunque eso signifique la nada,  o sea la existencia de ese algo que sería la nada, la nadificación de conceptos,  afectos, traumas, saberes, melodías, voces, lugares, etc. A modo de un 

destierro. La muerte en nosotros mismos y antes que la de nuestro cuerpo, la  muerte de una parte de la propia historia.  

 Lacan nos ofrece una distinción entre olvidar y olvidarse. Considerando que el olvidarse es el efecto sobre el sujeto de la operación de la represión. El sujeto  no quiere saber de la castración. En tanto que el olvidar conlleva la dimensión  de la pérdida de la significatividad del objeto y la imposibilidad de satisfacción  solidaria de este. Podríamos pensar el olvido en términos de duelo y pérdida. En este sentido, y pensando en nuestro quehacer clínico, se plantean estos  interrogantes: ¿Por qué olvidamos la voz de nuestros muertos? Perdura en la  memoria la imagen evocada, pero la voz muchas veces cae en el olvido. Se  recuerdan, quizás, las palabras carentes de sonoridad. ¿Por qué se olvida o qué representa ese olvido? 

 Lacan considera a la voz como objeto a, separada a partir de la relación con  el Otro y correlativa a la aparición del afecto, es decir la angustia. Algo sucede  en el cuerpo, surge una emoción por las vías del afecto auricular.  

 La voz como objeto a que resuena en el vacío del Otro tiene una conexión  decisiva con los afectos, en especial con la angustia. 

 La repetición convoca la intervención de esa voz muda en el instante donde  todavía no hay saber, voz que no está hecha para el recuerdo, ni para el olvido,  pero que repercute en el cuerpo. En la fenomenología del análisis esto surge en  algunas ocasiones como la inquietante y extraña imposibilidad de recordar la voz  paterna o también como angustia ante el superyó en términos freudianos. Con  esa voz se articula la relación del superyó con la angustia. 

 Esa voz que representa el no saber, no ancla en el recuerdo y tampoco en el  olvido, se “encarna” en el cuerpo como angustia. Es la angustia ante el superyó. 

 Nos hemos interrogado acerca de la existencia de distintos tipos de olvido y  sobre la posible relación entre el olvido y el perdón. ¿Se logra el perdón cuando  olvidamos, o bien, se puede perdonar si no se olvida lo que causó la afrenta? En  este sentido, Alberto Cabral plantea que el perdonar se asocia con el olvidar pero 

que no se trataría del olvido como efecto de la represión. Ese, tal como lo platea  Freud en sus estudios sobre la histeria, nos anoticia de la amnesia infantil, sin  embargo, nos garantiza la preservación en el inconsciente de la eficacia de las  representaciones implicadas; es al que Cabral denomina olvido neurótico. Pero  para el perdón, dice, se acudiría a otro tipo de olvido, el no neurótico, que no es  reprimido, ya que si mediara la represión, estaríamos ante el efecto de la  repetición. El sujeto quedaría cristalizado en esa parte de la historia, sin  posibilidad de avanzar. El olvido no neurótico entonces, no sería reprimido sino  sepultado, concepto que Freud define como algo más que la represión,  equivalente a una destrucción y cancelación. Las representaciones no  desaparecen sino que quedan como resto diurno, perdiendo su eficacia  traumática y adquiriendo carácter de indiferentes. Nos preguntamos entonces, si  para que resulte eficaz el perdón dese el punto de vista de su genuinidad, se  deberían sepultar esas representaciones echando mano al olvido no neurótico.  

 La repetición en lo textual, en la palabra escrita, en lo real de la letra, de los  significantes hilo, trama, tejido, enredo, tienen a través de ese acto efecto similar  al de la palabra dicha, simbolizada en el discurso que nos toma en el contexto  analítico. Desenredar, armar el tejido o la trama, en definitiva historizar, seguir el  hilo de Ariadna sería llegar, en transferencia, a lo reprimido, a lo olvidado presto  a ser recordado, quizás y en algunos casos para que vuelva a ser olvido luego  de haber pasado por la elaboración del recuerdo. 

  

 Referencias Bibliográficas

1- Augé, Marc. (1998) Las formas del olvido. Editorial Gedisa. Barcelona.  España. 

2- Barthes, Roland. Fragmentos de un discurso amoroso. (2002) Editorial  Siglo XXI. Buenos Aires. Argentina.  

3- Beretta, Alejandro. (2017) La voz de una carne desconocida y secreta.  La voz y el instante de angustia. Psicoanálisis en la Universidad. (p.p.53- 68) Santa Fe. Argentina.  

4- Cabral, Alberto Cesar. (2020) El perdón y sus límites, una aproximación  psicoanalítica. Editorial Teseo. Buenos Aires. Argentina. 

5- Freud, Sigmund. Obras Completas. Tomo VI Psicopatología de la vida  cotidiana. (1901) Amorrortu editores. Buenos Aires. Argentina. 6- Lacan, Jacques. Seminario 11: Los Cuatro Conceptos Fundamentales del  Psicoanálisis. (1964) Editorial Paidós. Buenos Aires. Argentina. 7- Lacan, Jacques. Seminario 2: El Yo en la Teoría de Freud y en la Técnica  Psicoanalítica. (1954- 1955) Editorial Paidós. Buenos Aires. Argentina.  8- Vernazza, Diego. Lacan, El arte de leer. (2021) Editorial Letra Viva.  Buenos Aires. Argentina.


 
 
 

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